Soy español, y soy una persona que ha seguido de cerca la catársis política que ha vivido este país desde la caída del segundo gabinete del presidente Zapatero (cuyo principal legado es el matrimonio gay, la Alianza de Civilizaciones, la prestación de los 420 € de los parados de larga duración y Podemos, sin olvidarnos tampoco del mito de su ministra de cultura, apodada para los mármoles de la historia como la "Sindescargas", de infausta memoria para muchos internautas y muchos creadores). He seguido con interés el salto nacional de Ciudadanos y el nacimiento del movimiento político de Podemos, desde el día que apareció por primera vez Pablo Iglesias diciendo que a la derecha le olían los pies a franquismo hasta la fagocitosis del histórico Partido Comunista de España por parte de Podemos. Se han producido reformas importantes y un funcionamiento muy interesante e insólito del hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, con una mayor variedad de posturas y en el que se ha escenificado un panorama que nos pone a un nivel democrático superior. Sin embargo, en la calle parece que aún el cambio político no haya llegado. España aparentemente está dividida entre rojos muy rojos y azules muy azules.Y es que desde el descalabro político del PSOE y su fingido giro a la izquierda (tan falso como el de Zapatero, que logró que cambiara el nombre de Izquierda Unida a Izquierda Hundida), España es un reflejo de sus creadores de opinión, divididos mayoritariamente en dos corrientes: los fans de Jorge Guillén y los que creen que no tuvimos bastante giro a la izquierda con Zapatero. Son radicalmente opuestos, pero, ¿sabéis?, son iguales. Igual de intransigentes e igual de incapaces de ver más allá de lo que sus líderes espirituales, con el pelo más o menos largo o la barba más o menos poblada, con más o menos cara de pantócrator románico, más o menos filobolivarianos, les comentan.
Los fans de Jorge Guillén creen en que viven atrapados en el poema Perfección, del mismo poeta de la Generación del 27: creen que el mundo está bien hecho desde el día 6 de diciembre de 1978, que nada hay que cambiar porque siempre todos (craso error) hemos vivido de maravilla desde que se firmó y entró en vigor la constitución. La Ley de Leyes es la sacrosanta excusa para no cambiar nada de la sociedad, aunque eso implique ignorar el mundo en el que vivimos y olvidarnos que estamos en 2017, no en 1978, que la Unión Soviética cayó y que el Muro de Berlín solo es un infame borrón en la historia de Alemania. Por su parte, los que creen que no tuvimos giro a la izquierda suficiente con Zapatero son unas personas que comparten la paranoia de la derecha, pero con otra dirección: creen que vivimos en una dictadura franquista (cuando hace más de 40 años que Franco falleció), en poco menos que un país fascista, machista, y clasista, absolutamente irrespirable, en el que todos los empresarios son unos malvados malechores y que cada movimiento político o económico procedente de una mano que no sea el Estado es poco menos que una infame conspiración neoliberal y heteropatriarcal prodecente del IBEX35 y de su cuñado Remigio, que es de la cuerda política opuesta y le han ascendido mientras él sigue cobrando el mismo sueldo desde hace 12 años.
Por muy diferentes que parezcan, ambos comparten un denominador común: separan a las personas, las enfrentan (recuerdo aquella Navidad en la que nos llamaron a votar y en la que probablemente más de un hijo perroflauta -que no hippilongo- o un cuñado autoparodia del calvinismo acabaron en el hospital o en el cuartelillo de la Guardia Civil) y lo que es peor, aspiran a mantener situaciones insostenibles para mantener ciertos intereses y ciertos principios en el poder que distan mucho de ser las familias o "la gente normal", el desarrollo industrial o el "rescatar a la gente antes que a los bancos". Y a los que piensan distinto de ellos, los llaman o "populistas", "inmaduros", "pichones", "peligrosos marxistas carentes De Dios" o "fascistas", "fachas", "cuñaos" (aquí, sin justificación". En definitiva, repiten consignas.
Y lo que es más triste de esto es que se creen que son súper abiertos de mente, cuando su mente va pareja con su sexualidad: se creen John C. Holmes o Emmanuelle, pero moral, sexual y políticamente son más estrechos que sus abuelos, combatientes de la guerra civil y/o fervientes católicos o seguidores de las directrices del Partido. Por ello, España es uno de los peores países para hablar de política, con permiso de Argentina, el Irán Islámico, Corea del Norte, Cuba, Venezuela o cualquiér régimen autoritario.
Hasta que los españoles no aprendamos a separar nuestros principios políticos de lo personal, hasta que los españoles no nos liberemos de prejuicios, este país va a estar en punto muerto, con 17 millones de personas trabajando para los demás y el resto viviendo, con mayor o menor grado de merecimiento, de los demás, y, lo que es más grave, incapaces de debatir de cosas serias. Y si esa intransigencia nos trae más Jorge Guillén con más fingido calvinismo o más progresismo dicho desde el salón de casa y desde una posición de condescendencia máxima que lo hace lo más hipócrita y menos creíble de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario